En los siglos XVI y XVII, el Palacio Virreinal fue escenario de las aspiraciones y estilo de vida de la aristocracia novohispana. Bailes, banquetes, funciones de teatro y fastos reales se vivían puertas adentro. A repique de campanas, el jolgorio continuaba en plazas, calles e iglesias de la ciudad. Sin embargo, el Palacio era también símbolo del despotismo y blanco de motines populares, como el sufrido en 1692, cuya furia acabó con gran parte del edificio.
En este palacio estaba el gobierno.
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